Después de mil ocho kilómetros recorridos en tres meses y medio de entrenamiento, después de una semana anterior rendido a la hipocondría, con un miedo patológico al catarro, la gastroenteritis y cualquier enfermedad común imaginable, sólo superada a base de todo tipo de analgésicos y de abrigarme como un esquimal, después de una semana imaginando llegadas triunfales a meta o temiendo hecatombes y retiradas en mitad del recorrido; después de todo eso, por fin llegó el día para correr el maratón de Valencia.
Acudimos puntuales a la convocatoria de Peñu para hacernos una foto con todos los alcarreños que habíamos viajado para correr en Valencia, gente de Guada, Brihuega, Yunquera, Villanueva, de distintos clubes y con un sueño común, todos deseando empezar de una vez con el asunto.
Fiel a mi costumbre, entro tarde y mal en mi cajón y quedo mal situado de cara a la salida, lo que implica pasar los primeros dos o tres kilómetros esquivando corredores más lentos con giros y requiebros que en un par de ocasiones casi me hacen terminar rodando por el suelo, más o menos en el quinto kilómetro empiezo a encontrar mi ritmo y me sitúo con un grupo de corredores/as que parece están en mis tiempos, con algunos de ellos/as compartiré los siguientes 20 o 25 kilómetros. En algún momento Félix se va quedando atrás, así que a partir de ahí solo quedamos el recorrido y yo. Me concentro en seguir el ritmo aconsejado por el maestro Aakaou, entre 4,30 y 4,35. Voy cómodo y me siento sobrado, en algunos momentos incluso tengo que frenarme porque sin darme cuenta me pongo en 4,15 o 4,20, sé que ese tipo de cosas me pueden pasar factura a partir del kilómetro 30 y voy atento al garmin en lo que a ritmo se refiere. Por lo demás, es cuestión de ir hidratándome en cada avituallamiento y tomar los geles cuando toque tomarlos. El ambiente es espectacular, la gente de Valencia se vuelca con el maratón y se agradece mucho que personas a las que no conoces de nada dediquen los dos o tres segundos en que vamos a coincidir en la vida a jalearte y animarte, lo de llevar el nombre en el dorsal ayuda a que haya quién personalice esos ánimos, lo que agradezco especialmente. El día es magnífico para correr, no tengo sensación de calor, el sol me da en la cara, es todo perfecto. Cuando llego al kilómetro 30 estoy sorprendido de lo fresco que voy, solo me preocupa algunas molestias en el piramidal y femoral de la pierna derecha, pero yo sigo a lo mío, y en mi cabeza se van sucediendo pensamientos más en forma de imágenes que en forma verbal de un modo flotante, con esa forma que aporta el hecho de correr de ver la realidad con perspectiva y tranquilidad. Cuando llego al 35 recuerdo que JP y yo acordamos dedicárselo a un gran amigo común que en este momento está peleando por cosas que realmente importan y que sé conseguirá y me emociono un poco. Eso me sirve de motivación ahora que estoy empezando a notar de verdad el cansancio en las piernas.
Tenemos unos kilómetros en cuesta arriba que me cortan un poco el ritmo que se ha ido haciendo más lento desde hace un rato, pero sigo avanzando y me vuelvo a cruzar con Tano, que está animándonos a todos acompañado por su mujer a lo largo del recorrido, -gracias, Tano-, me grita que Tito ha entrado en dos horas cuarenta y ocho minutos, definitivamente es keniata. Eso me motiva y acelero mi propio ritmo, ya estoy llegando. Faltan dos o tres kilómetros y la gente se agolpa dando ánimos de tal modo que se estrecha mucho el paso para los corredores. Yo ya sé que voy a cumplir mi objetivo y decido no contener la emoción que llevo sintiendo desde que hace unos kilómetros alguien de la organización nos decía en un puesto con megáfono que estábamos en tiempos de tres horas quince minutos, sin darme cuenta he acelerado mucho el ritmo, da igual, ya no noto cansancio, creo que mi emoción se debe hacer bastante evidente por como me miran algunas personas del público y así entro en el último kilometro, el crono al final se ha ido un poco, pero eso es lo de menos, recorro los últimos metros casi a saltos. Hoy he vuelto a abrazarme a la cola del viento. Durante tres horas dieciocho minutos y nueve segundos, he sido absurda y completamente feliz.