por Pedro Luis Toledo Ramos

Y dices tú de mil y el 5.450.

Sábado 5 de junio, doce horas de la mañana (ya sabéis la hora del Ángelus), me acerco por Robleluengo, antes de llegar desde Tamajón, ya observo carteles que nos indican “Bienvenidos al Medio Maratón de Montaña del Ocejón”.

Llegando al pueblo, una amable señora, tocada con un sombrero de paja y una vistosa camiseta amarilla, me indica que por favor no meta el coche en el pueblo, que este (el pueblo), es para las personas y si todos metemos el coche, no cabremos. Aparco y me doy una vuelta por el pueblo, todo son preparativos, los voluntarios con sus camisetas amarillas, van colocando vallas, hinchando el arco de meta, repasando todo lo necesario. Saludo a un conocido y me abro. No me parece bien estar en medio del ajetreo sin hacer nada, y como no me gusta hacer nada, prefiero irme a quedarme allí y ayudar, en contra de mis principios o no ayudar, también contra de mis principios. Esto de tener principios contrapuestos, es lo que tiene.

Vuelvo a las dieciséis (ya sabéis las 4 de “toa la vida”), hace calor, aunque el cielo, como dicen en mi pueblo, está “entrenublao”. Van llegando conocidos, por ahí vemos al amigo Temprados, a Nacho, al del club canicross de Cabanillas. Recogemos nuestros dorsales, charlamos, la untada reglamentaria de vaselina, en los pliegues de rigor (supongo que algún día inventarán algo para evitarnos este engorro, algún productito o algún gachet para llevar en el móvil, darle al botón y listo, sin rozaduras y sin vaselina en sobacos, pezones, pies, culete, entrepierna y escroto (con perdón), la crema protectora solar, los cascos con música clásica (en este momento Alberto, me indica que en pleno campo y con música, él que yo era el hilo musical de la carrera) y la “florentina” en la cabeza.

Toma la palabra un señor armado de un gorro de piel y de un cencerro, supongo que será Fernando, el auténtico alma mater del evento. No sé que le escucho del Atlético de Madrid, hago oídos sordos y cuando suena el cencerro, todos a correr. Cogemos la circunvalación de Robleluengo, dando una vuelta al pueblo y al final de la misma, observo a mi particular equipo de animación, mi mujer y mis hijas Noemí y Miriam a la cabeza, Pablo, Raquel, Eva, María, Jesús, Juanillo, Alberto y Marina, todos con sus respectivos papás y mamás (nunca un corredor tan mediocre, tuvo tanta animación).


Nueva vuelta por el pueblo y dirección Majaelrayo, en fila india, por un camino con “hincaderas” de piedra a los lados, algún atrevido adelanta, pese a la estrechez, cruzamos la carretera y pasamos Majaelrayo, hace un calor de mil demonios, pero seguimos siempre para arriba, poco a poco, el camino es bueno y se puede correr, miro el Garmin, 5 km. Y 250 metros, 29 minutos y 12 segundos, en los cascos Pavarotti: “La costoro avvenenza è qual dono, di che il fato ne infiora la vita”, si, Rigoletto, entre jaras, viendo Robles más arriba, y pisando polvo y pizarra, seguramente Verdi, nunca imaginó que su ópera se oiría subiendo el Ocejón a la carrera, lo que hace un emepetrés y un seudoatleta con él en las orejas. Veo el avituallamiento, pero antes de llegar, un número llega a mi mente, 5.450, tendré que hablar con algún experto en numerología que me aclare su significado.

Bebemos agua, un poquito por la espalda, que hace mucho calor, y vuelta para arriba, la carrera está bien, ya no vamos en fila, se han hecho grupitos, Pavarotti anda ahora “liado” con “Sata Lucia” (espero que esto no se tome como un sacrilegio, no quiero problemas con la Iglesia y supongo que la Iglesia conmigo tampoco, demás tiene el pobre Benedicto, con lo que tiene), el numerito me sigue rondando la cabeza 5.450, 5.450, 5.450, ¿será el calor?

Pues no sé si será o no el calor, pero el caso, es que la cuesta se empina y se empina de tal manera, que ya nadie corre, todos los que veo andan cuesta arriba, unos con más garbo que otros, unos con las manos en las rodillas a modo de apoyo, otros ayudados de bastones, con las manos en las caderas, el caso es que todo el mundo anda y todo el mundo me sobrepasa (bueno casi todo). Podemos trotar de vez de en cuando, un arroyo por aquí, un bosquecillo de robles (con su sombrita y todo, jope que lujo). Hemos cambiado de música, tenemos el concierto de año nuevo de Viena de este año, (Georges Pêtre de director y la obertura Die Fledermaus), el numerito por mi cabeza, y otro avituallamiento.

No tengo por menos que animar a los del avituallamiento, con un ya estamos arriba, otro momento de trotecillo y de repente, oímos algo que viene de arriba, ¿es un avión, un helicóptero, un ovni?, no, es el primer clasificado, armado de barba y gorra, no sabemos si posa sus pies en el suelo o simplemente se desliza montaña abajo. Seguimos ascendiendo, con un andar cansino, suena “Perpetuum mobile” y no tengo por menos, que comenzar a tararear en voz alta una pieza tan alegre y vivaz. Los que van a mi lado, me miran, deben pensar este tío va cantando, está zumbao, será el calor, no saben que un número ronda mi cabeza.

Seguimos andando, hay un señor de la organización que me escucha como tarareo “La polka del champagne”, me viene a la memoria Pêtre, brindando al público el día 1 de enero de este año y claro el 5.450. ¿Será el calor?


Llegamos a una zona de piedra, nos seguimos cruzando con gente que baja y todos me miran según tarareo (ya no recuerdo si mantienen el concurso en Clásicos Populares, me podría presentar), todo el mundo comenta algo, el ambiente es buenísimo, la gente sonríe, pese al calor, casi no podemos ni andar, piedras afiladas, pisando por los filos (¿y dices tú de mili?). Nos hemos cruzado ya con Daniel, iba el sexto o el séptimo, con Alberto el 11 o el 12. Por delante va Temprados, con su tocado pirata, me pasó hace rato, acompañado de Nacho y de una chica japonesa, como sube el tío (y eso que decía que quería hacer último, ¿será el calor?).

En los últimos riscos, otro de la organización, me dice que tengo que tener mal de altura, pero es que estoy tarareando nada más y nada menos que la Marcha Radetzky, cojo a Nacho y durante unos segundos compartimos la música, sigo ascendiendo y me cruzo a excursionistas y corredores, por fin, se ve el monolito. En él hay dos o tres personas del avituallamiento (ya sabéis el mal del altura, el calor o el 5450 que me taladra el cerebro, bebo agua, saludo me quito la florentina, voceo y regreso, hemos terminado la Subida y como ya sabéis todo fin es un principio. Comienza “El descenso”.

Y como no podía ser de otra manera, después de salir de la zona de piedra, podemos correr durante unos metros, ladera abajo, por encima de una especie como de hiedra tr
epadora que esta por el suelo. La chica que me sigue (Paula), me pregunta el nombre, con la esperanza de que en compañía de un par de chicos del Pablo’s Runners hagamos juntos la bajada. Uno de ellos va tocado, nos indica que tiene una “fastitis” y les dejamos atrás.

Nueva zona de piedra y saludo de rigor al de la organización, que está al final de la misma y descenso hacia la Loma de Peña Bernardo, donde nos espera el avituallamiento. Quién tiene fuerzas para frenar va corriendo, el camino es estrecho pero agradable. No obstante, escuchando El Danubio Azul (y tarareándolo por supuesto), comienza mi particular martirio. Primero es un pinchazo en el gemelo, al que contesto con el consiguiente: Bienvenido dolor, ya estás aquí y me vas hacer compañía hasta la Meta.

Tarareo más fuerte y veo como se despega Paula, trato de seguirla, y comienza una molestia desconocida en mi rodilla derecha. Es en la parte exterior, no obstante, después de salir de un bosquecillo, veo el avituallamiento. Me digo que no es nada, como un poquito de carne de membrillo (que rica sabe, madre mía, es un momento sublime), bebo aquarius y continúo solo para abajo, eso si después de preguntar por dónde porque uno es de pueblo y despistado encima, no si ya decía mi abuela que cuando espabilara no iba a ser de los más listos.

Nada más arrancar, pienso en el numerito legendario (espero que alguien me diga que quiere decir, porque estoy seguro que al menos una persona en este mundo, sabe que es), lo repito una y otra vez, con la esperanza de que lo de la rodilla sea solo un aviso. Pero no, el dolor arranca de la parte exterior y es cada vez más y más intenso, no puedo flexionar la pierna, me van pasando corredores. Dices tú de mili.
Me pasa una chica de verde, con cara de llamarse Marta y que se llama Marta, me pasan dos de Pablo’s Runners, con su “azulito Celta de Vigo” y me dan ánimos. Soy incapaz de flexionar la rodilla, sin sentir dolor. Me estiro (no para ver si crezco, que lo he intentado muchas veces, pero es lo que tiene ser hijo de un padre solo, que no se pasa del 1.63 m. por más que uno lo intente), pero ni por esas.


Me pasa Nacho, con un grupete, me saludan y continúan, veo una piedra ancha a la izquierda, y me siento a estirarme, será la “cintilla” esa, la “fastia lata” o algo así, que uno nunca ha entendido de huesos, ligamentos, tendones y otras hierbas, de hecho, creo que conozco más del cuerpo de las iguanas que del nuestro, (para el que no lo sepa, tuve una iguana que pesaba casi seis kilos y aunque supongo que era hija de un padre solo, llegó a medir 1.72 m., “pedazo de lagarto” que sacaba de paseo con un arnés hecho por mi suegra, por mi Sacedón D.F.).

El dolor no remite, y como venido del cielo, parece que desciende una especie de ángel celestial. Lleva un pañuelo a la cabeza (cual Temprados en el día de hoy o como el no menos legendario, aunque un poquitín más conocido Jack Sparrow), gafas de sol y perilla. Un camel-back a la espalda. Se detiene y me pregunta. Le indico mi dolencia y me dice, tengo vendas en la mochila. Le miro con extrañeza y estoy a punto de contestarle: Really? Si, es que soy enfermero y me llevo el curro a las carreras.

Me estiro y me pone una venda, cual rodillera. Al principio, porque negarlo, soy escéptico. Me indica que la venda se aprieta sola y continuamos el descenso. Me pregunta que tal voy y le indico que tire.

Arrastro la rodilla, como solíamos hacerlo en mi pueblo, cuando un excremento canino, (las de vaca, burro, mulo o cabello, eran de otras dimensiones, formas y hasta olores), se interponía entre nuestras Tórtolas (legendarias zapatillas, aquellas Tórtolas azules y blancas) y el suelo y había que someter la suela de goma, al oportuno rozamiento, contra los cantos del suelo (si el suelo solía ser de cantos de río, haciendo un empedrado, entre el que solía salir verdín, cardos y demás vegetales que por allí pululaban).

Poco a poco, voy cogiendo un pequeño ritmito, pese a que me sigue pasando gente, me adelantan unos de Torrejón y otros de Villanueva (si esos que cortan las cabezas, por suerte, no necesito agacharme, puesto que mi cabeza, con su florentina, no levanta mucho del suelo y por tanto, es difícilmente decapitable). Un arroyito que cruzamos, por un puente monísimo y el camino se empina un pelín.

Oigo voces, oigo gente, (ya sabéis 115 o 120, y luego sigue con el pasamos muy buenos ratos, echando pan a los patos y cuando…..). Son voces familiares, ya viene ahí está. Es mi equipo de animación particular, que en las estribaciones de Majaelrayo, me acompañan haciendo más ameno mi correr (o arrastrar, como queráis definirlo), hasta el avituallamiento, en donde los 19 que he conseguido desplazar hasta aquí, para que me aminen, me vitorean cual Julio César, cuando regresa de sus conquistas.

Dos vasos de agua y un membrillo y seguimos para adelante. Se oyen cencerros, campanas y campanillas y así con tanta música de repercusión, salimos de Majaelrayo, cruzamos la carretera y otra vez por el camino de vuelta a Robleluengo.
Y cuál será mi sorpresa, cuál será mi alboroto (otro perrito piloto), que veo a los dos de Villanueva, van andando apenas 50 metros más adelante. Hago de rodilla maltrecha corazón y trato de parecer erguido (a los del Madrid, por chulería que no nos ganen). Cambiamos impresiones de rigor:

– ¿Qué tal?
– Yo bien, y vosotros
– Rematando la temporada.
– Pues nada, yo sigo para adelante.

En mi interior, deseo con todas mis fuerzas que no intenten seguirme (como si fuere importante dos puestos arriba o abajo). Al final me dejan ir, supongo que pensando en su interior un: “animalico”.

Se oye ya el ruido de la megafonía y veo a otro corredor con la camiseta amarilla que ha dado la organización. Consigo adelantarle (jope soy un machote, igual me he jodido la rodilla, para una temporada, pero he adelantado a tres, sin duda merece la pena quedarse cojo con tal de adelantar a tres compañeros) veo la pancarta, estoy llegando, allí veo al lado de la pancarta, a Nacho, a José Luis, a Chema (mi ángel salvador). Santiago está tomando el tiempo tres horas dieciséis minutos, puesto 128. Hace tiempo que no me acuerdo del numerito 5450, ni de la música que llevo puesta, no, no es un aleluya, es Serrat, con “un servidor….”


Pienso en lo pasado, que no será nada al lado de lo que nos espera en la ducha (no, no penséis guarrerías, que no va por ahí la cosa). Todo el mundo saluda y todo el mundo contento. Llega mi particular equipo de animación y decidimos ir a ducharnos. Dices tú de mili.

Una vez desprovisto de ropa, nos metemos en la ducha y entre risas o no risas, la impresión de meterte debajo del agua helada es el momento cumbre del día. El compañero de al lado, hace referencia a los órganos sexuales masculinos que hay que tener para ducharse con el agua tan fría. Yo le indico que ahora mismo, duchándome con agua a 0 grados, no encuentro mis órganos sexuales y que bien podría pasar por eunuco. Dices tú de mili.

Medio repuestos del espasmo, y con “el frío calado hasta los huesos, el cura le va uniendo, sobre el pecho las manos” (a no que ya me había qu
itado los casos). Repasamos, la carrera durante la paella, y se sientan a nuestro lado, unos chicos, vienen de puntos de diversos y se han quedado sin bizcochos borrachos. Me reconocen, por haber ido cantando durante la carrera y echamos unas risas. El calor, las piedras y la ducha por supuesto, la duchita.

Fernando toma la palabra y habla de “Los dementes primigenios”, no sabía que íbamos a tener música. Craso error, no es grupo musical, son los corredores que han hecho las diez ediciones de la carrera. Cuál será mi sorpresa cuando veo a salir a los que estaban a mi lado en la cena, y a una chica de otra mesa.

Un regalito para cada uno, unas risas y terminamos, pensando en la excelente organización, en lo bien que se lo han currado, (yo también en el numerito, supongo que en próximos eventos habré descubierto en que consiste) y todos con el consabido: Y dices tú de mili, mili la del Ocejón que nos duchábamos con el agua a cero grados.

Que la fuerza os acompañe.