por Felix Caballero
De la prehistoria solo se puede conocer aquello que nos viene dado por los objetos encontrados, los cuales nos hacen pensar lo que pudo ser, y por ello esta historia se desarrolla en dos momentos diferentes la prehistoria y la historia.
En la noche de los tiempos había un pequeño ser, diminuto y bípedo que deseaba correr como el viento y llegar a lugares nunca imaginados y para ello se preparaba sin descanso y fortalecía aquellas partes de su cuerpo para poder conseguir un imposible: correr sin parar los 42,195 Km, distancia esta que separaba su ser mundano de su ser inhumano, solo alcanzable por seres con auténtica capacidad de superación sobre el resto de su especie.
Entrenaba con frecuencia con otros bípedos de categoría superior quienes le aleccionaban en su ignorancia, Pedro Luis y Carmen Dioses magnánimos que ya formaban parte del Olimpo gotero, le advertían del sufrimiento a que uno se tenía que enfrentar, pero a pesar de ello este minúsculo humano quiso enfrentarse a su capacidad de resistencia y decidió embarcarse en esta Santa empresa.
Los días pasaban y nuestro protagonista iba cogiendo fondo, salía a correr con otros Dioses y ante tal grandeza solo sentía admiración y respeto pues nada más y nada menos, compartió caminos y carreras con Joaquín (Dios eterno), Francisco (Dios del viento), Oscar (Dios omnipresente), Pedro Luis (Dios incansable), Carmen (Diosa de la superación), Nacho (Dios medieval), Diego (Dios musical), Ignacio (Dios triatleta), Jose Antonio (Dios presidencial), Javi Escamilla (Dios en recuperación), Duri (Dios de la razón) y Rosado ( ZEUS, EL DIOS por excelencia), así como muchos más que conviven en el Olimpo junto a Philípides.
De cada uno de ellos obtuvo consejos y recomendaciones aunque siempre le reservaban la retaguardia en los entrenamientos todo un honor que aprovechó para saber lo que le quedaba por conseguir.
Y así transcurrieron los días, en los cuales entrenó con viento, con lluvia, con sol, con dolor y sobre todo con la sapiencia y la perseverancia que le infundían una pequeña subespecie de homínidos corredores que se hacían llamar LOS GOTEROS.
Sin saber como, un día de enajenación mental y después de haber corrido kilómetros y kilómetros tuvo la valentía necesaria para apuntarse a correr su primer MARATON, y aquí comenzó a escribirse la HISTORIA.
Corría el año 2.010 de nuestro Señor, cuando un 7 de noviembre, se reunieron a orillas del Ebro en la ciudad de Zaragoza, 8 corredores del Club Maratón Zaragoza para cubrir los 42.195 metros que les separaban especialmente a 2 de ellos (Juan Pablo y Félix) de adquirir por méritos propios la máxima categoría en el noble arte del correr , SER MARATONIANO.
El pequeño corredor, llamado Félix, se veía más diminuto aún si cabe, ante la magnitud del evento, máxime cuando veía a su alrededor los Señores de la guerra preparados para la batalla.
El día comenzó a las 6:30 de la mañana, como cualquier otro día normal, pero ese día era diferente, zapatillas, pantalón, camiseta y el depósito de carbohidratos a rebosar.
Ya en el paseo de la Independencia nos reunimos todos los del club y nos hicimos la foto de recuerdo para inmortalizar el momento.
En línea de salida, me coloqué en el cajón de 3:30 junto con el resto del grupo, sabiendo que ni por asomo ese sería mi tiempo pero por un momento me daba todo igual, el caso era estar allí.
Y así con la alegría de la primera vez y reunido con los míos, se dio el pistoletazo de salida a las 9:00, y todo comenzó.
Los primeros kilómetros fueron muy suaves y la velocidad que llevaba era mayor de lo que se me había aconsejado por la Divinidad, pues iba una media de 4:40 y eso era ir muy deprisa para estas piernas, así que decidí bajar el ritmo y disfrutar de Zaragoza. Ya me había separado del resto del club pues estos son auténticos galgos así que plantee mi estrategia que se reducía nada más y nada menos que llegar a META.
Justo antes de llegar al kilómetro 13, se pasaba por la plaza de la Basílica del Pilar, momento este que aproveché para marcarme un jotica en su honor, y así mientras pasaba por ella iba cantando lo siguiente: La virgen del Pilar diceeeeeeeeee, que no quiere ser francesaaaaaaaaaa, que quiere ser capitanaaaa de la tropa aragonesaaaaaaaaaaaaa.
El resto de los héroes continuaban su camino impertérritos y sublime en su audacia por alcanzar a un grupo rival proveniente de tierras lejanas donde el sol aprieta más que en Hispania, creo recordar que dicho lugar la hacían llamar Kenia, estos hombres parecían de otro planeta.
Este aventurero, continuaba corriendo rio abajo hasta que se cruzó el Ebro por el puente de hierro, y con ello en pocos kilómetros logró alcanzar la mitad de su camino, había llegado a los 21 kms como si nada, aunque para ello tardó 1:50. La verdad es que tuvo la ayuda de Paco (otro Dios de Aranjuez que con sus 54 años a cuestas y sus 15 maratones terminados, sabía lo que se hacía) y Jose de Zaragoza que se enfrentaba a su 2º maratón con la intención de bajar de 4 horas. Entre los tres conseguimos quitar unos cuantos kilómetros a este enemigo nacido en la Grecia clásica, y así transcurrió hasta el km, 25, momento en que tomé mi primer gel, a parte de su correspondiente botella de agua. Los kilómetros se i
ban sucediendo, así como los compañeros de viaje, pues tanto Paco como Jose se habían quedado un poco retrasados, con poca esperanza de conseguir un sub 4.
Los kilómetros se sucedían a lo largo de un eterno y milenario Ebro, quien nos miraba con afecto sin dejar indiferente a esa multitud de corredores que ya al igual que él, iban formando una figura rectilínea que vertebraba el cuerpo acuoso del rio de la vida.
Pasados otros 5 kilómetros desde el primer gel, decidí tomar el segundo y último para reponer carbohidratos y así aguantar psicológicamente hasta el final. Ya desde el km 30 en todos los avituallamientos se obsequiaban a los corredores con powerade, plátano y agua, lo cual se agradecía enormemente, y es aquí en este momento cuando empezó la oscura leyenda de la existencia de un ser inerte e inanimado que desde su posición fija e inmóvil hace que te choques contra él, es el famoso MURO. Yo iba mirando a derecha, izquierda y al frente pero no lo veía y me parecía raro pues siempre está ahí, pero por más que miraba no lograba verle, más tarde me explicaron que dicho muro fue construido de barro a la orilla del Ebro y este en complicidad con los hombres se encargó gota a gota de ir mellando su base hasta que lo desplomó y hoy en día yace en el cauce del río, cuestión aparte fue la presencia de su primo el Cierzo que puso la capacidad de esfuerzo al límite ya que estuvo susurrando al oído de los corredores palabras de desaliento, pero tampoco doblegó la voluntad de estos que sabían que no habían llegado hasta ese lugar para abandonar.
Había alcanzado ya el kilómetro 32 y de repente por detrás de mí y a media distancia escuché claramente al mesías del globo de 4 horas, quien gritaba al cierzo para que este lo distribuyese a los cuatro vientos que nos enfrentábamos al último DIEZ MIL, siendo estas mágicas palabras las que sepultaron para siempre los TREINTAY DOS MIL METROS recorridos, por lo que ya se podían contar con los dedos de las manos los kilómetros que faltaban para llegar al final de la gesta. Entramos sin permiso al recinto de la Expo, rodeándole por todas sus partes y lugares, observando lo universal de su muestra y estilismo, culminando su paso por el magnífico, moderno y bello Pabellón Puente, toda una sinfonía para los sentidos, y lo más hermoso estaba por ver, pues a su salida, se observa allá a lo lejos, la Basílica del Pilar, lugar por donde entraríamos a la gran ciudad, por lo que todo era cuestión de seguir contracorriente para postrarnos a la espada de la Pilarica.
Los kilómetros pasaban y también se hacían notar no en el ánimo sino en las piernas, y es a partir del km 38 cuando mis cuádriceps comenzaron a recargarse por lo que no quedó más remedio que bajar el ritmo y dejar que se fuera mi compañero de viaje quien me deseo buena suerte. Empezó ahora mi maratón, solo, con un ritmo de 6:10 por lo que todo lo que había ganado en tiempo hasta entonces se equilibraría con el ritmo propuesto en teoría de 5:38.
Conseguimos enterrar al km 39, y al 40, con buenas sensaciones y con más corazón que fuerza, y así con este pensamiento cruzamos el puente de piedra estando ya a los pies de la Basílica pensando que rápidamente giraríamos a la derecha para entrar en el tramo final de la carrera, PERO en ese momento observé que no era así, que enfrente de mí veía venir de cara a corredores que esta vez sí que giraban a su izquierda y enfilaban camino a la gloria. Allí en ese mismo punto se encontraba el último avituallamiento el cual fue el más emotivo y humano de todo el recorrido pues en él se encontraban voluntarios con síndrome de Down, a quienes se les veía en sus ojos las ganas que ponían por colaborar y formar parte de la carrera, desde aquí quiero poner un 10 a la organización, fue el momento en que la carrera se humanizó por completo, sin poder olvidar la cara que puso la persona que me ofreció una botella de agua quien repetía por favor, por favor, por favor, nunca podré olvidar la cara de agradecimiento que me mostró cuando alargué mi brazo y le cogí la botella.
Una vez de vuelta a la carrera y viendo que la fila de corredores se extendía delante de mí y no se veía el momento de girar, la leyenda se hizo realidad, porque siempre aparece y en Zaragoza también, en el kilómetro 40,5 fue entonces cuando vi las puertas del infierno, que estaban custodiadas por el TIO DEL MAZO Y SU PRIMO, ambos con ganas de golpearme sin piedad hasta dar con mis huesos en el rio.
Aprovechando la pequeña portezuela en su lado derecho, pude escabullirme y cruzarla rápidamente sin ser golpeado en mi integridad, y una vez superado el infierno pasé por el arco del km 41, giré a la izquierda y entré en la autopista al cielo.
Ya solo quedaba lo mejor de la carrera la única causa de su ser, LLEGAR, y para ello obtuve la ayuda de los cientos y cientos de zaragozanos quienes me iban animando y dando aliento mientras corría por la calle que lleva a la plaza de España, voy como en un sueño, me dejo arrastrar, giro a la derecha, giro a la izquierda y me presento en la recta de meta, 195 metros de éxtasis, 195 metros de gloria, 195 metros para soñar, 195 metros para levitar, 195 metros SOLO PARA MÍ.
En mi pecho en el dorsal van mi mujer Marisa y mis 2 hijos: Rubén y Sergio, quienes también han corrido este maratón conmigo, incluso antes de empezar y a ellos se lo dedico.
Voy flotando, voy sublime, y justo a pocos metros de la llegada a meta, salen mis hijos de entre la multitud, se colocan cada uno a mi lado, los cojo de la mano, levantamos los brazos y como si fuésemos un solo corredor ENTRAMOS EN EL CIELO.